La crisis de los cincuenta se la inventaron los monos


Es duro llegar al ecuador de la vida, esa edad difícil en que nada crece salvo la frente y uno se desploma bajo la presión de los desamores, las regulaciones de empleo y los créditos hipotecarios sin siquiera saber cuándo empezó todo a ir mal. ¿Aprensión irracional? Nada de eso: la última investigación sobre el fenómeno no solo ha revelado que la crisis de los cincuenta existe, sino también que la hemos heredado de los monos. Al fin una desgracia de la que no cabe echar la culpa al banco.

Los economistas y los científicos del comportamiento han mostrado en los últimos años que el bienestar humano tiene forma de U a lo largo de la vida. El entusiasmo de la juventud viene a durar lo mismo que la juventud —poco— y suele ir sucedido por unos años amorfos en emociones y de un color gris macilento en lo biográfico: la crisis de la mediana edad. Demasiado viejo para el rock, demasiado joven para morir, como dijo el poeta.

Y no se trata de un mero efecto previsible del envejecimiento, porque el ánimo remonta en la edad tardía (de ahí la forma de U). La misma pauta se ha comprobado en muchos países y usando distintos indicadores del bienestar, entre ellos la valoración subjetiva de la felicidad y la medición objetiva de la salud mental. La mayor parte de los autores interpretan que la crisis de la mediana edad se debe a los problemas socioeconómicos que suelen aquejar al personal por esas fechas, como los divorcios o las deudas.


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