Estar a la defensiva: Poco que ganar y mucho que perder

En la guerra y en los deportes se suele afirmar que “la mejor defensa es un buen ataque”. Y muchas veces aplicamos esta frase a la vida real y a nuestras relaciones interpersonales sin darnos cuenta de que no tiene cabida. Entonces nos ponemos a la defensiva. Un ejemplo clásico y bastante cotidiano es el del marido que le comenta a la esposa lo buena que le quedó la comida ese día. Ante ese comentario ella replica: “¿Qué quieres decir? ¿Insinúas que normalmente no cocino bien?” Ante esta salida, es normal que el hombre se enfade y la escena termine en una discusión o en un silencio glacial. 

Estar a la defensiva implica que, ante frases y comportamientos que tienen una impronta neutral o incluso positiva, reaccionamos como si fuesen una amenaza y hacemos saltar la chispa. ¿Por qué?.  

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