La capacidad de estar alerta ante lo inesperado nos permite apreciar la belleza
El cerebro es un órgano muy útil, pero tremendamente costoso. En reposo consume el 20% del oxígeno del cuerpo, aunque solo supone el 2% de su peso. En las sociedades occidentales modernas, donde la obesidad es más frecuente que la inanición, esta cuestión puede parecer irrelevante, pero en la sabana africana de hace varios millones de años, donde nuestro cerebro empezó a tomar forma y no había neveras de las que picar entre horas, cualquier añadido a esa sofisticada máquina tenía que estar justificado. ¿Cuál sería entonces la ventaja evolutiva de algo tan aparentemente poco práctico como poder apreciar la belleza?
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